Afirmar que unas elecciones son cruciales para el futuro resulta manido y banal. Todas lo son, y las generales del 23 de julio no lo serán menos.
Lo cierto es que este domingo pueden abrirse o cerrarse escenarios novedosos para nuestra vida política, y con repercusiones notables para los equilibrios europeos.
Quizá por eso uno de los ejes de conflicto de esta campaña se ha situado precisamente en torno a las expectativas sobre los resultados que podrían producirse.
Los medios (y sus encuestas) más cercanos a la oposición han apuntado a una victoria abultada de la derecha. En el campo contrario, se ha insistido en el margen posible para una remontada de los partidos del gobierno. En ambos casos, existe la certeza de que las expectativas condicionarán la predisposición a votar de muchos indecisos (sobre todo a la izquierda). Lo cierto es que los pocos datos de encuesta realmente disponibles (y analizables) sugieren un escenario abierto que podría acabar dando la razón a cualquiera de las dos interpretaciones.
De entrada,
hay que llamar la atención sobre lo que no debería sorprendernos. Desde noviembre de 2019, ya conocíamos tres datos que nos anticipaban la situación actual.
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Primero, tras tocar fondo en abril de 2019, el PP tenía una clara perspectiva de recuperación acelerada tras la crisis abierta en Ciudadanos en noviembre de aquel año,
lo cual le debería permitir no solo recuperar la primera posición electoral, sino sacar mayor rédito de sus votos en términos de escaños parlamentarios.
Segundo, tras la repetición electoral ese año,
quedó claro (por si no lo era ya entonces) que el PSOE de Sánchez había agotado su capacidad de recuperación entre los votantes de centro no afines al PSOE.
Tercero,
ningún partido de nuestra democracia ha dado un salto electoral tras su primera legislatura de gobierno. A lo sumo ha mantenido o mejorado ligeramente los apoyos. Es lo que hicieron Suárez y Zapatero. González perdió más de un millón de votos. Aznar apenas aumentó medio millón en un contexto de alta estabilidad y bonanza económica, y fue la debacle socialista la que le dio la mayoría absoluta.
Con estos tres datos en mente, no era difícil predecir, ya hace cuatro años, una probable victoria del PP, una mejora parlamentaria del bloque de las derechas, y un retroceso mayor o menor del PSOE y de la coalición de gobierno.
Desde esa perspectiva, y teniendo en cuenta el hilo de crisis que han marcado esta legislatura (el Covid, la guerra de Ucrania, la inflación desbocada de 2022, la ruptura de Podemos)
lo más llamativo del contexto definido por las encuestas es que no estemos tan lejos de lo normalmente predecible hace cuatro años.
La noche electoral sabremos si el desenlace de todo ello es el mantenimiento de la coalición de gobierno, una alternancia de derechas, o una situación de bloqueo como ya obtuvimos en 2015 y 2019.
Con todo, más allá de las sumas y restas de escaños, será importante que prestemos atención a los parámetros básicos que nos indiquen cuánto cambio o cuánta estabilidad se ha manifestado en el cuerpo electoral.
Con ello, también intuiremos qué derroteros veraces puede tomar realmente la próxima legislatura. Sugerimos fijarnos en ocho datos precisos.
1. ¿LA PARTICIPACIÓN SUPERARÁ EL 72%?
Desde 2008, la participación electoral en las elecciones generales ha tendido a estabilizarse y a fluctuar menos que en el pasado.
Entre 2011 y 2019, la abstención apenas se movió en un margen de cinco puntos, con un mínimo en abril de 2019 (28,2%) y un máximo en noviembre de 2019 (33,7%), lejos de la cota de hipermovilización que habían marcado las elecciones más competidas hasta entonces.
Diversos comentaristas y encuestadores pronostican una participación alta en estas elecciones. El CIS también lo sugiere.
Para que realmente se confirme ese pronóstico, deberíamos esperar una participación superior al 72%, acercándose a esa cota excepcional del 75%, por encima de la cual se produjeron cambios de gobierno a favor de González, Aznar y Zapatero. Eso significaría que esta vez se habría conseguido movilizar a una franja de votantes que dejaron de votar en 2011,
lo que podría abrir escenarios de sorpresa electoral hacia un lado u otro.
En la medida en que no se produzca ese escenario, y la abstención no baje del 28%, significará que se mantendrían pautas de participación propias de la última década, y que los márgenes de sorpresa electoral serían probablemente menores.
2. ¿SE MANTENDRÁ EL EMPATE ENTRE BLOQUES?
Desde 1982 (cuando le sacó cuatro millones de votos de ventaja), la izquierda estatal ha superado en votos a la derecha, con tres excepciones relevantes: 2000, 2011 y 2016. Dicho de otro modo,
la derecha sólo ha podido tener una mayoría suficiente para gobernar sin ataduras cuando ha superado en más de un millón de votos al bloque de izquierda. En 2016 se quedó por debajo de esa distancia, y el ejecutivo de Rajoy no logró acabar la legislatura.
Sin embargo,
la ventaja estructural de la izquierda ha tendido a reducirse hasta que se disipó en las dos elecciones de 2019, cuando arrojaron un empate en votos entre ambos bloques, apenas separados por menos de 50.000 votos.
Cuanto más se acerque la derecha a una ventaja de un millón de votos, aún más si la supera, más probable será el escenario de mayoría de gobierno que le pronostican las encuestas. De lo contrario, el bloqueo será inevitable.
3. ¿LA DERECHA SE SEGUIRÁ EXPANDIENDO?
La reducción de la ventaja diferencial de la izquierda en las elecciones generales a lo largo de los años tiene que ver con una creciente incapacidad para mantener la atracción ante el conjunto del electorado: mientras que la izquierda aumentó su base de votantes entre 1982 y 2008 a medida que crecía el censo electoral (con las fluctuaciones de su apoyo vinculadas al movimiento de la abstención), la derecha logró un patrón de crecimiento más lento pero también más estable hasta 2019.
Antes de iniciar el descenso experimentado en la última década, la izquierda había superado los 12 millones de votos en tres ocasiones, mientras que la derecha nunca ha logrado hacerlo.
Y sin embargo, esta última ha logrado estabilizar un apoyo (en ascenso) en torno a los 11 millones. Las elecciones de noviembre de 2019 pueden confundir sobre la solidez de esa tendencia.
Que la derecha pudiera superar los 11 millones de votos no es condición necesaria para que alcance el gobierno, pero sí para que confirme que mantiene una expansión en el electorado, que podría estar produciéndose a costa de la base social de la izquierda.
4. ¿SE ACERCARÁ EL PSOE A LOS 8 MILLONES?
Entre 1982 y 2011, el PSOE mantuvo un apoyo que fluctuó entre 8 y 11 millones de votos. Desde 2011, sus resultados se han quedado en torno a los 7 millones (2011) y 7,5 millones (abril 2019), por dos razones: buena parte de ese voto perdido se ha ido a otros partidos (principalmente a Podemos); y además el PSOE, y la izquierda en general, se han encogido en los últimos años (como se ha explicado en el punto anterior).
La condición para que el PSOE mantenga opciones de gobernar es que pueda acercarse de nuevo a la frontera de los ocho millones o incluso superarla. Hacerlo no le garantizaría el gobierno, pero sí le encaminaría por la senda de recuperación de una parte del electorado que perdió en 2011 y que no ha regresado desde entonces. Alejarse de esa frontera podría constituir un síntoma peor que la propia pérdida del gobierno.
5. ¿SERÁ CAPAZ SUMAR DE MANTENER 3 MILLONES DE VOTOS?
Con la llegada de Podemos, el espacio a la izquierda del PSOE triplicó lo que acostumbraban a sacar las candidaturas impulsadas por el comunismo español en torno a IU. Pablo Iglesias afirmó en diversas ocasiones que Podemos no era una IU 2. Sin embargo, la evolución electoral sí le ha orientado hacia ese horizonte.
Si Sumar no es capaz de frenar ese declive, y mantenerse por encima de los 3 millones, las opciones de seguir en el gobierno se esfumarán, encaminándola hacia los parámetros propios de la IU a la que siempre perteneció Yolanda Díaz.
Por otro lado, esa resistencia solo será compatible con la recuperación del PSOE si se da con una participación propia de la que mantuvo a Zapatero en el ejecutivo en 2004 y 2008.
6. ¿SUPERARÁ EL PP LOS 9 MILLONES DE VOTOS?
Entre 1996 y 2016, la derecha española consolidó un bloque electoral sobre los 10 millones. Es cierto que la inclusión de Ciudadanos en él requeriría algunos matices, porque con él se incorporaron algunos votantes que en el pasado habían apoyado al PSOE. Hoy queda clara la instrumentalidad de Ciudadanos en operar como puente para derechizar a esa fracción de votantes progresistas.
En abril de 2019, PP y Ciudadanos sumaron 8,5 millones de votos. Sumada la movilización de otros grupos de votantes de centroizquierda y de Vox,
la base del PP debería superar los 9 millones, y acercarse a esa cota de los 10 millones de votos de Aznar. No obstante, las limitaciones que experimentó en la movilización de su espacio en las elecciones municipales, en las que el PP apenas pudo aumentar el voto más allá del recuperado a Ciudadanos (quedándose en torno a 7,4 millones), podrían sugerir dificultades en el intento de recuperación ante Vox.
7. ¿BAJARÁ VOX DE LOS 3 MILLONES?
Desde la eclosión en las elecciones andaluzas, el apoyo a Vox ha fluctuado mucho según el tipo de elección. Las municipales de mayo demostraron que, de momento, parece haber alcanzado una base estable de 1,5 millones de votos. En cambio, su techo depende aún del carácter útil o estratégico que muchos de sus electores den al voto.
Si Vox logra apuntalar su apoyo por encima de los 3 millones o más allá, será un indicador de que empieza a consolidar un espacio propio de magnitud considerable en detrimento del PP. Por el contrario, de no mantener la cota de los 3 millones, el voto a Vox seguirá emitiendo demasiada fluidez respecto al partido mayoritario, como ya les sucedió a Podemos y Ciudadanos en su segundo ciclo electoral.
8. ¿CUÁNTA DISTANCIA MANTENDRÁ EL PSC RESPECTO AL PP EN CATALUÑA?
Muchos dan por descontada una victoria del PSC en las Generales (algo que no sucede desde 2008), y cuentan con ello para emular el papel decisivo que tuvo Cataluña en la victoria de Zapatero ante Rajoy. La debilidad del PSOE actual en Andalucía añade mayor relevancia a las cuentas catalanas.
Aquellas victorias de 2004 y 2008 (por no mencionar anteriores) se forjaron sobre distancias siderales entre PSC y PP, en torno al millón de votantes. Es significa casi doblar la que se dio entre ambos partidos en noviembre de 2019.
Solo en la medida en que el PSC se acerque a ese millón de diferencia, se podría esperar que sus escaños derivados realmente tuvieran un impacto distintivo, incluso si ese no fuera suficiente. Cuanto más se acerque el PP al PSC por debajo del millón de votos, menos decisiva será la victoria catalana.