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JAIME VILLANUEVA

Abascal y el suplicio de Tántalo

Ana I. López Ortega

6 mins - 25 de Julio de 2023, 07:00

Todas las encuestas, salvo las del denostado CIS de Tezanos, lo vaticinaban. Y ellos lo vieron tan claro, lo tenían tan cerca, que en el rostro con el que compareció Santiago Abascal para valorar los resultados electorales apenas se disimulaban el asombro y el enojo. Un enfado casi airado que le sirvió para disparar, sin atisbo de autocrítica, contra todo y contra todos, pero especialmente contra el Partido Popular de Feijóo. Al igual que Tántalo, Abascal se sintió invitado al banquete de los dioses y se jactaba de ello, avisando a quien quisiera oírle de que sin ellos el sueño de la derecha española era imposible. Porque el indiscutible éxito cosechado en las pasadas municipales y autonómicas no fue suficiente premio para un partido que, en el fondo, pretende acabar con la arquitectura autonómica del Estado: solo el gobierno de la nación permite implementar las grandes políticas regeneracionistas que definen a Vox en educación, en políticas sociales, en la relación con Europa o en la agenda climática. Hablamos de un cambio de orientación radical de las políticas liberales emprendidas alternativamente por PSOE y PP cuando se han turnado en el gobierno durante más de cuarenta años. Y todo eso se esfumó anoche delante de la tantálica mirada de Abascal, que no alcanzó a saciar ni su hambre ni su sed de poder. De poder real y efectivo, el que solo te confiere formar parte de un gobierno que tiene a su disposición el Boletín Oficial del Estado.

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Tan claro lo vieron, tan cerca lo tenían, que Vox apostó sin ambages ni complejos por proponer un programa electoral de máximos, en el que se hablaba de devoluciones de competencias autonómicas en educación y sanidad, de la progresiva desaparición de policías autonómicas, de una posible ilegalización de partidos políticos que abogaran por la secesión y de una reforma fiscal de tintes populistas que difícilmente pasaría la prueba del algodón de la autoridad fiscal europea. Es posible que, una vez llegado al gobierno en minoría, muchas de esas ideas se atenuaran hasta desleírse y caer en el olvido. O se guardaran para un futuro no demasiado lejano en el que las cifras lo hicieran posible. Inspirado por Jorge Buxadé, ideólogo de un nuevo nacional-catolicismo que se forjó en el integrismo católico y la Falange, el desafío programático de Vox en estas elecciones pretendía, sobre todo, fidelizar a su electorado y diferenciar nítidamente su oferta de la del PP. No hay que olvidar que el partido nació en 2013 como contrapartida a las políticas continuistas de un PP liderado por Rajoy que no se atrevió a derogar, aunque amagó con ello, leyes tan lesivas para el sector ultramontano de la derecha como la del aborto, la del matrimonio homosexual o la de Memoria Histórica. Es decir que Vox nació con la firme voluntad de forzar al PP a aplicar políticas decididamente conservadoras, impugnando así la agenda progresista que se estaba imponiendo de forma tácita y sin apenas resistencia conservadora.

Tan cerca lo vieron, tan claro lo tenían, que a Vox no le importó arriesgar con un programa político tan abiertamente reaccionario. En el peor de los casos, podrían perder representación, pero lo compensarían con creces siendo decisivos en el gobierno de España, objetivo central y casi único de una derecha obsesionada con echar como fuera a Pedro Sánchez de una presidencia de gobierno que consiguió, en primera instancia, gracias a la primera moción de censura exitosa de nuestra democracia. Todo un baldón, un pecado original que se convirtió en mortal e irredimible cada vez que pactaba con Bildu y ERC para sacar adelante leyes y reformas.

Sin embargo, lo que no vieron ni tuvieron muy claro es lo que finalmente sucedió: que parte de su electorado huyó a un PP más posibilista por la lógica del voto útil, vector decisivo en estas elecciones. Vox ha perdido más de 600.000 electores respecto a noviembre de 2019. Y, sobre todo, lo que no se imaginaron que pasaría es que su programa político movilizara exponencialmente a una izquierda que concentró su voto porque veía en la retrotopía propugnada por los de Abascal un acelerado retroceso a la España de cuarenta años atrás, aquel país autoritario en blanco y negro en el que los grises imponían su ley del garrote, la censura todavía ejecutaba sus mezquinos recortes y el futuro del país estaba en manos del equipo médico habitual. Porque ese era el panorama que dibujaba la propuesta de Estado unitario, descentralizado solo administrativamente, que se perfilaba en el programa de Buxadé. 



Sin duda, Vox ha sido el gran perdedor de estas elecciones. Pero nos equivocaríamos si lo diéramos por definitivamente muerto. Está tocado, pero no hundido, como demuestran los más de tres millones de votos conseguidos en estas elecciones, que suponen un porcentaje asentado similar al del resto de sus correligionarios europeos (12% de media). Y es cierto que ha perdido representación en comunidades autónomas en las que gobierna, de gran contenido simbólico, como Castilla y León, donde han pasado de tener seis a mantener un único representante. También sufren pérdidas relevantes en Murcia, donde bloquean la formación de gobierno, en Ceuta y hasta en Andalucía, que fue la primera institución en la que consiguieron entrar en un diciembre de 2018 que ahora parece tan lejano. Pero en la Comunidad Valenciana, por ejemplo, donde consiguieron un muy importante acuerdo de gobierno en el que el PP de Carlos Mazón les concedió grandes victorias retóricas, han aumentado en 109.127 votos respecto de las autonómicas de hace dos meses. También en Cataluña suman más los de Abascal respecto a las últimas autonómicas (55.140 más) y generales (29.383 más). 

Como sucede en la mayoría de las noches electorales, algunos partidos suelen despertarse bruscamente de su sueño para encontrarse alguna que otra pesadilla. Le ha sucedido a la derecha: cuando despertó, Sánchez todavía seguía ahí. Y con más posibilidades, aunque muy difíciles, de conformar una nueva mayoría de gobierno. Pero, aunque la izquierda no ha vivido la pesadilla que temía, cometería un gran error si olvidara que, a pesar de la dulce derrota que podría convertirse en un éxito imprevisto, el elefante sigue en la habitación. Vox ha visto alejarse un futuro halagüeño, es cierto. Tántalo está herido y cautivado por sus propias expectativas, pero no muerto. 
 
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