Bruselas y Berlín se han puesto ya en modo ampliación como vía para responder a la inestabilidad geoestratégica desencadenada por la invasión rusa de Ucrania.
En sólo unos meses se ha superado el debate sobre si Ucrania y los Balcanes occidentales deben incorporarse al club y se ha pasado a analizar el cuándo de su ingreso y los cambios internos necesarios para acogerlos. El tren de la próxima ampliación, la primera desde la adhesión de Croacia en 2013, ha partido con tanta fuerza que ni siquiera los países habitualmente contrarios, como Francia y Holanda, se atreven ahora a interponerse. Y este 28 de agosto, por primera vez un mandatario europeo ha sugerido incluso una fecha para iniciar las incorporaciones: 2030.
Pero los 27 gobiernos son conscientes que se enfrentan a una decisión histórica llamada transformar el club para siempre. Y no son pocos los que temen que la UE se atragante con la posible incorporación de hasta ocho socios nuevos,
que añadirán una gran heterogeneidad política, económica y social además de un pasado reciente cargado de conflictos bélicos y de roces entre ellos.
“Sin una modificación de sus instituciones y de sus procedimientos de decisión, la Unión Europa asume un doble riesgo: importar problemas suplementarios que no podrá resolver y quedar paralizada en su capacidad para decidir”, pronostica Jean-Dominique Giuliani, presidente de la Fundación Robert Schuman, en un
reciente análisis sobre una ampliación que aun así califica como “ineluctable”.
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La segunda gran ampliación hacia el Este (la primera arrancó en 2004 y sumó hasta 13 países)
llevaba, de hecho, años estancada, precisamente por la falta de avances de los candidatos y por las dudas de la UE sobre su capacidad de absorción. Pero ha comenzado a quemar etapas a pasos agigantados desde el 24 de febrero de 2022, cuando los tanques del presidente ruso, Vladimir Putin, iniciaron su mortífera marcha hacia Kyiv, la capital ucraniana.
El primer gran ataque de un país europeo contra otro desde la II Guerra Mundial hizo añicos la estructura de seguridad del Viejo Continente y los gobiernos europeos dan por descontado de que el antiguo orden no volverá tras el fin de la contienda.
En la mayoría de las capitales, empezando por Berlín, se está imponiendo la tesis de que el nuevo marco de seguridad deberá pasar por expandir las fronteras de la UE y por reducir el número de eslabones sueltos expuestos a la influencia o, incluso, la agresión por parte de Moscú.
Este cambio de mentalidad ha dado un repentino impulso a las oxidadas candidaturas a la adhesión, como la de Albania o Montenegro, y ha propulsado a los recién llegados a la sala de espera, como Ucrania o Moldavia.
Hasta el punto de que
el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, ha propuesto fijar el año 2030 como el punto de partida para empezar a admitir a los nuevos socios y ha citado la invasión rusa como el detonante de una ampliación cada vez más inevitable.
“Esta guerra no solo está devastando Ucrania. Tiene un profundo impacto en el futuro de nuestra seguridad y en la seguridad globa”, afirmaba Michel ante un foro celebrado el 28 de agosto en Bled (Eslovenia).
“La ampliación ya no es un sueño. Ha llegado el momento de avanzar”, añadía Michel, que se ha convertido en el primer mandatario europeo en proponer una fecha concreta para el pistoletazo de salida. “Creo que ambas partes debemos estar listas para la ampliación en 2030”, ha sentenciado Michel.
El plazo es muy corto en términos de tiempos comunitarios y en relación con la magnitud de las reformas y ajustes necesarios para acoger a unos socios que suman unos 55 millones de habitantes, en todos los casos, con un PIB
per cápita por debajo del de Bulgaria, el país más pobre de la UE en estos momentos.
El socorro a Ucrania, incluso estando fuera del club, ya ha tensado las cuentas comunitarias y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha propuesto a los 27 una
derrama de más de 100.000 millones de euros, la mitad para el país de Volodimir Zelensky, si los socios actuales no quieren sufrir un recorte de las ayudas previstas hasta 2027.
Ucrania, cuyo PIB
per capita antes de la guerra n
o llegaba al 30% de la media comunitaria, se convertiría una vez dentro en el principal destino tanto de los fondos estructurales (a su pobreza se sumarán las necesidades provocadas por el conflicto) como de los de agricultura (que supone el 11% de su PIB, según la CE).
La progresiva incorporación de los aspirantes al ingreso (Albania, Bosnia y Herzegovina, Macedonia del Norte, Moldavia, Montenegro, Serbia, Ucrania y, tal vez, Kosovo) también agravará la complejidad en los procedimientos del club, planteando un
reto logístico (con la incorporación de nuevos idiomas de trabajo),
institucional (más escaños en el Parlamento Europeo, y más representantes nacionales en la Comisión, en el Tribunal de Justicia o en el BCE) pero, sobre todo,
político.
La experiencia de la anterior ampliación ya ha demostrado que algunos países, caso de Polonia o Hungría, pueden iniciar una vez dentro una deriva autoritaria difícil de corregir y convertirse en obstáculos casi insalvables para las iniciativas de mayor integración.
Francia ya ha dejado claro que quiere cambios internos para evitar que el club se estanque y algunos países, entre ellos, España, impulsan la idea de suprimir el derecho de veto en ciertas áreas de la política exterior.
La cumbre europea de Granada en octubre, organizada por la presidencia España de la UE, marcará previsiblemente el arranque de todos estos debates sobre las reformas necesarias para adaptar al club. Poco después, en diciembre, se espera que el Consejo Europeo dé luz verde al comienzo de las negociaciones de adhesión con Ucrania y Moldavia,
solo año y medio después de haberlo solicitado (Albania, por ejemplo, esperó cinco años, y Macedonia del norte, 16 años).
La celeridad en el proceso de Ucrania muestra que la UE ha decidido pisar el acelerador, a la vista de la inestable situación geopolítica, de la agresividad rusa y de la expansión política y comercial de China. Pero Bruselas planea una ampliación diferente a las anteriores, en la que los países pasaban a ser socios de pleno derecho en un día pactado (1 de enero de 1986, en el caso de España).
Tanto Von der Leyen como Michel han sugerido un proceso gradual de incorporación, para que los candidatos se integren poco a poco en el club, de modo que asuman beneficios y obligaciones en función de cumplimiento de los estándares comunitarios. Tarde o temprano, sin embargo, la UE ha asumido que contará con unos 35 miembros y más de 500 millones de habitantes en total, con unas fronteras que podrían abarcar desde el Atlántico hasta Crimea, con la Rusia de Putin cada vez más cerca y más hostil a sus vecinos occidentales.
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