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PICASA (GETTY IMAGES)

El desafío ecológico del turismo

Carles Manera

11 mins - 5 de Septiembre de 2023, 07:00

Turismo: un fuerte impacto del cambio climático
En un informe del Ministerio de Transición Ecológica y el Reto Demográfico, Impactos y riesgos derivados del cambio climático en España, se detallan impactos cruciales sobre vectores concretos, que afectan las actividades económicas y sus corolarios sociales: recursos hídricos, desertificación y suelos, ecosistemas terrestres, agricultura y ganadería, medios marino y urbano, costas, salud humana, energía, transportes e infraestructuras y turismo. Una agenda muy completa. El tema preocupa y ocupa. Solo negligentes e ignorantes se empecinan en negarlo. En el caso del turismo de masas, la cuestión se ha puesto con mucha crudeza sobre la mesa, en un sentido claro: el incremento de las temperaturas, de mantenerse, va a afectar muy directamente a aquellas economías dependientes del turismo, por la posible traslación de visitantes hacia otros destinos menos calurosos. Esto es particularmente relevante en el caso de los países del sur de Europa, y en aquellas regiones con elevada especialización en las actividades turísticas.
 

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En efecto, el incremento de las temperaturas tiene costes económicos. Este aspecto agudiza la situación de incertidumbre económica. Científicos sociales y experimentales están trabajando, desde hace años, sobre el tema. Los resultados son inquietantes e inducen a pensar seriamente en la introducción de parámetros biofísicos y ambientales en el despliegue de las políticas económicas de los gobiernos. 

En un reciente estudio del Joint Research Centre de la Comisión Europea (Garcia León, D., Casanueva, A., Standardi, G., Burgstall, A., Flouris, A. y Nybo, L.: Current and projected regional economic impacts of heatwaves in Europe, NATURE COMMUNICATIONS, ISSN 2041-1723, 12 (1), 2021, p. 5807, JRC120759.), las conclusiones a las que se llegan son ilustrativas. El calor extremo afecta la capacidad de trabajo de las personas, y ello supone una menor productividad y, por tanto, menor producción económica. En esta investigación, se analizan los daños económicos presentes y futuros debido a la reducción de la productividad laboral causada por el calor extremo en Europa. Para el estudio de los impactos actuales, el objetivo se centra en las olas de calor que ocurrieron en cuatro años recientes, anormalmente calurosos (2003, 2010, 2015 y 2018). El análisis se contrasta, además, con datos correspondientes al período histórico 1981-2010. En los años seleccionados, los daños totales estimados atribuidos a las olas de calor ascendieron a entre el 0,3% y el 0,5% del producto interior bruto (PIB) europeo. Sin embargo, las pérdidas identificadas fueron en gran medida heterogéneas en todo el espacio y mostraron impactos consistentes en el PIB superiores al 1% en las regiones más vulnerables. 

Las proyecciones futuras indican que, para 2060, esos impactos podrían aumentar en Europa casi cinco veces en comparación con el período 1981-2010, si no se toman más medidas de mitigación o adaptación. Ello sugiere la presencia de efectos más pronunciados en las regiones donde ya se han producido estos daños. De hecho, la aseguradora Allianz Trade evalúa para 2023 una pérdida de 0,6 puntos al PIB mundial, como consecuencia de la ola de calor. Los bancos centrales están, a su vez, estudiando seriamente las evidentes externalidades del cambio climático, con proliferación de estudios al respecto y posicionamientos macro-prudenciales sobre el tema (véase, en relación al Banco de España). 

La afectación es general: nada se salva de las consecuencias del cambio climático
Para una actividad económica que depende de manera directa de una demanda que tiene en el ocio su primordial foco, y que requiere de territorios que presenten amabilidades personales y climáticas, el desafío ambiental es inmenso. En tal sentido, los impactos del cambio climático pueden afectar a diferentes apartados que influyen de manera directa en la economía turística:
  • Variaciones en los ecosistemas y, de manera muy particular, la escasez hídrica. Esto dificultaría la viabilidad de la actividad económica de los destinos afectados.
  • Cambios en los calendarios que, a su vez, inferirían cambios en las demandas. Las zonas más vulnerables al cambio climático se ubican en el espacio litoral, es decir, el producto central de turismo de sol y playa; pero, a su vez, también en aquellas zonas de montaña con fuerte orientación en el turismo de nieve. 
  • Modificaciones en la demanda, concretadas en reducciones de las pernoctaciones, cambios en las decisiones de viajes –posibles cancelaciones con los ya negociados; y exploración de destinos climáticamente más apacibles–. 
  • Consecuencias económicas para la oferta turística, con caídas en los ingresos por turismo y, tal vez, cierre de establecimientos –hoteles, restaurantes, bares, etc.– y, como derivada clave, la destrucción de puestos de trabajo y el aumento del paro. 
En este contexto, es imprescindible la generación de sistemas de indicadores que puedan mostrar y diferenciar los impactos por tipos de zonas y productos turísticos. Estos productos finales se consumen en el lugar de origen; por consiguiente, es determinante el componente territorial. Y el “producto” es, a su vez, dispar: el paisaje, el espacio, el conjunto de la oferta, pero también el propio turista se convierte en un “producto” del sistema de producción turística. Esta realidad hace que otros factores sean cada vez más importantes en los análisis de la economía turística, hasta el punto de abrir líneas de investigación no sólo en la economía heterodoxa, sino también en la ortodoxa y más académica amparada por la teoría económica convencional:
  • Las externalidades ambientales, entendidas como parte del sistema económico y, por tanto, analizables para superar los problemas que puedan generar en el destino turístico. Aquí, las nociones de “capacidad de carga” o la utilización de indicadores metabólicos del sistema productivo, aparecen como nuevos retos para identificar con mayor precisión los impactos del turismo.
  • El problema ambiental no se reduce a la evolución del crecimiento económico, toda vez que el PIB no representa una medida efectiva de control del medio ambiente. Esto afecta tanto al sector industrial como al de servicios. En tal aspecto, los mercados, la tecnología y las políticas ambientales tienen un papel fundamental. Ahora bien, las regulaciones ambientales son más severas en un contexto social más consciente, y con formas claras de defensa y de compensación de las externalidades. Así pues, esas regulaciones deben ser efectivas tanto en etapas de fuerte crecimiento económico –y turístico– como en fases de contracción, en las que pueden generarse laxitudes a la hora de enfrentar las externalidades ambientales. Por otro lado, los países con alto ingreso per cápita, muestran una reducción de los niveles de emisiones con una estructura de la economía apoyada en los servicios, mejor eficiencia energética y mayor preocupación por los temas ambientales. Sin embargo, la curva de Kuznets tiene forma de N, es decir, en los países con altos niveles de ingreso la reducción de externalidades se acaba por bloquear, porque las oportunidades de acotarlas son cada vez menores, con elevados costes. 

Ante todos estos factores, la pregunta clave es qué hacer: cómo encarar un problema –cambio climático y turismo– que, en su epicentro, infiere un tema central, que no es otro que transformar el modelo productivo. En los últimos años, se ha hablado y escrito mucho sobre este aspecto y sus derivadas, e incluso se ha cuestionado esa denominación (“cambio de modelo”). Dígase como se diga, el hecho es que si aceptamos, como indica la ciencia, que los incrementos de las temperaturas van a incidir sobre el comportamiento del turismo de masas en aquellas zonas más afectadas por ese malestar climático, lo que se dibuja es evidente: reorientar la actividad turística y diversificar el tejido productivo en las regiones altamente especializadas en esa “industria invisible”. 

Un cambio en la pauta productiva de una economía supone costes de transición: no son costes cero. Se requieren esfuerzos, públicos y privados, si lo que se persigue es atajar los problemas detectados y ofrecer otras vías de crecimiento y desarrollo. En estos escenarios, las posiciones pueden polarizarse. Por un lado, quienes creen que el diagnóstico de la amenaza climática, sin negarlo, no es tan negativo como se pregona, de manera que se puede seguir trabajando el día a día, sin pensar en nada más que en los números de la próxima temporada turística. Por otra parte, quienes pretenden cambios rápidos, casi abruptos, con la argumentación –que es real– de que el tiempo se va agotando ante el avance del cambio del clima. En medio de ese fragor se suelen encontrar los policymakers, los que deben activar las políticas y aportar soluciones. 

Sin temor: hablemos de cambiar el modelo, pero sustentados en el rigor
Un cambio de modelo no se hace ni por decreto ni por un alud de voluntarismo. Se ejecuta a través de la gobernanza y con liderazgo explícito, con planificación estratégica, con inversiones: públicas y privadas. El mercado solo puede actuar en negativo, al adaptarse a un retroceso turístico por causas climáticas. El cortoplacismo es el primordial talón de Aquiles de la economía turística. Esto incide sobre gestores públicos y empresarios, instalados en el expansionismo cuantitativo del modelo, a pesar de que se puedan hacer ejercicios voluntariosos de preocupación ecológica. Ante lo que se presume como futuro, se impone hablar, sí, de cambio de modelo. O éste lo hará el mercado: sin más.



Partamos de una realidad tangible: el turismo supone en torno al 13% del PIB en países como España, Italia y Francia. Es un motor económico, muy importante. En economías regionales turísticas, ese porcentaje se eleva de forma notoria. Reiteramos: no estamos ante un sector económico residual; es determinante, articula proyectos empresariales, puestos de trabajo, inversiones, estrategias públicas. Es un modelo de éxito. Y el debate sobre su posible sustitución responde muchas veces a conclusiones pre-establecidas, enfatizándose las innegables externalidades negativas que comportan las actividades turísticas. Esto también se observó con la irrupción de las industrializaciones, con duros impactos sociales y ecológicos. Contraponer la industria al turismo como antagonistas –se lee mucho sobre esto–, es tal vez un error en el escenario actual de las economías maduras de servicios. 

El turismo constituye un desafío para expertos, políticos, trabajadores, empresas, y para la sociedad. Encrucijadas que incluyen los impactos ecológicos. Pero también no se puede relegar que existen componentes endógenos, de las propias estructuras económicas y sociales, que no pueden ignorarse. El debate se centra en diferentes interrogantes, que no son únicos y que, seguro, infieren nuevas derivadas:
  • ¿Cómo reorientar una economía especializada en turismo?
  • ¿Es posible diversificar esta economía en un margen temporal preciso y razonable?
  • ¿Qué intervención debe tener el sector público?
  • ¿Como vertebrar los flujos financieros en el proceso de adaptación?
En resumen: ¿cómo hacerlo?; y, ¿quién lo hace?
La orientación de la economía turística no se puede hacer sin una colaboración efectiva público-privada: de nuevo lo subrayamos. No hay decretos leyes que regulen de forma inmediata las transformaciones económicas cuando salpican cambios sectoriales. Se persigue retardar el crecimiento de un sector tractor –el turístico, con todas sus derivaciones– para “crear” otras actividades que lo sustituyan. Pero reorientar una economía comporta ingredientes esenciales:
  • La voluntad de los poderes ejecutivos –municipales, regionales, nacionales– para hacerlo;
  • La cooperación de las empresas privadas;
  • La concurrencia de la sociedad civil y de los sindicatos;
  • La capacidad financiera para encarar los proyectos que surjan;
  • La apuesta para formar un capital humano, no necesariamente tecnológico ni universitario;
  • La palanca básica de la inversión;
  • La empatía política para el tema en cuestión, huyendo de visiones partidistas y/o electoralistas.
Una gran complejidad. En economías regionales especializadas significa que estamos hablando de un proceso más largo en el tiempo del que se puede prever. En todo modelo económico, el vector temporal no se debe rehuir, ya que condiciona las decisiones. Éstas pueden variar en los cronogramas establecidos, y las capacidades adaptativas resultarán vitales. Se trata de visualizar las líneas de tendencia que se van marcando a las políticas económicas, donde inversiones públicas y privadas, colaboraciones financieras y entramados sociales y económicos tendrían que trabajar entrelazados: en ejes de planificación estratégica, que redefinan la pauta de crecimiento. 
 
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