Las protestas de los chalecos amarillos en Francia fueron la primera rebelión contra la transición ecológica, que la extrema derecha entendió muy bien. La huelga de guionistas, actores, y otros que empezó en Hollywood el pasado 2 de mayo, se ha ampliado a otras partes del país. De momento, es la segunda segunda huelga de guionistas más larga en la historia de Hollywood, solo superada por la de 1988 (155 días).
Se puede considerar la primera gran huelga contra la inteligencia artificial (IA) por parte de trabajadores del conocimiento. Un protofenómeno. Vendrán otros.
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Es una huelga importante, no sólo para EE UU -el mayor emisor cultural e impulsor de las principales plataformas de
streaming desde Netflix en 2007-, sino para el mundo entero. Especialmente con la llegada de la IA generativa basada en modelos amplios de lenguaje natural, como ChatGPT (impulsado por OpenIA y Microsoft), Bard (de Google), y tantas otras pues han surgido como hongos.
Se han alimentado, se han entrenado, con miríadas de textos, imágenes y sonidos por los que no han pagado ningún derecho de autor (en un país de litigios y abogados, acabará en los tribunales). Los guionistas temen que los estudios les remplacen con esta nueva tecnología, al menos para escribir los primeros borradores de guiones, y los actores que se utilicen sus imágenes, sus perfiles o sus voces, sin que se les paguen derechos por ello.
Las razones que han llevado a guionistas y actores a esta huelga son otras también:
los salarios (muchos son millonarios, pero muchos más no ganan lo suficiente para vivir en un entorno geográfico muy caro), o la participación en los beneficios de las plataformas (piden un 2% de los ingresos). Como
indican los economistas Daron Acemoglu, Simon Johnson (autores del muy recomendable
Power and Progress, 2023) y Austin Lentsch, existe una tentación evidente de que los productores de cine -como de otras industrias y servicios- automaticen “todo lo que se pueda", para reducir gastos, sí, pero a costa de la calidad. Pero “el ingenio y la creatividad humanos siguen siendo insustituibles”, insisten estos analistas.
Es un pulso entre intangibles y propiedad intelectual, propio de nuestra época, que, si encuentra una solución, requerirá una compleja regulación.
Las técnicas de
fakenews y de rejuvenecimiento empiezan a marcar un camino. Lo vimos en 2021 con el anuncio -imagen y voz- de Lola Flores (fallecida en 1995) para una marca de cervezas (con permiso y participación de la familia) y lo hemos visto este año con el rejuvenecimiento digital de Harrison Ford (81 años) en el último episodio (de momento, dadas las posibilidades que se abren) de Indiana Jones.
Es solo el principio. Pronto, la IA podrá no sólo elaborar guiones, sino replicar a actores envejecidos o fallecidos. ¿Igual o mejor? Está por ver. En todo caso, los actores, o sus herederos, quieren que sus gemelos digitales se usen -imagen o voz- con su consentimiento y generándoles ingresos. Y los guionistas que les paguen por sus propias ideas o
inspiraciones.
Algunos analistas proponen que estos creen sus propias IAs generativas, y vendan sus productos a los productores.
No es un movimiento luddista como el que supuestamente se dio contra las máquinas en la Inglaterra de la Revolución Industrial a principios del siglo XIX, sino un intento de creadores de seguir sacando provecho de las nuevas tecnologías y formas de organización. No de trabajar contra la IA, sino con la IA, algo que se plantea en buena parte del mundo laboral que trabaja con símbolos. A diferencia de otros sectores afectados por esta nueva revolución, cuenta con el poder de sindicatos fuertes en EE UU como el WGA, que representa a 11.500 guionistas, con el sindicato de actores estadounidense SAG-AFTRA que se les unió, frente a la Alianza de Productores de Cine y Televisión (AMPTP). Como ha indicado la comentarista
Rana Foroohar,
“la actual batalla de Hollywood puede ser sólo la precuela de una larga serie que pronto llegará a un lugar de trabajo cercano a usted”. Son enfoques que ya se han utilizado, por ejemplo, en la música o en los medios de comunicación. A señalar que China ha
ensayado presentadores virtuales en televisión,
deepfake anchors, supuestamente para fomentar desinformación con mayor impacto.
Los más afectados, en general, son los que se consideraba trabajos de clase media, un proceso distinto al de la automatización de muchas fábricas como las de automóviles, algo que entendió bien Donald Trump que se dirigió a estos, antes llamados
cuellos azules, rezagados que se quedaron sin empleo, o con unos salarios mucho más bajos.
Ahora el reto al que se enfrentan muchos trabajadores del conocimiento consiste nada más y nada menos en quién controlará la nueva IA que está llegando a sus sectores e inevitablemente crecerá.