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Las relaciones con la Unión Europea y los socios europeos presentan un panorama más complejo. Históricamente, en el periodo de posguerra, la integración europea ha sido una dimensión crucial de la política exterior italiana, junto con el atlantismo y el fuerte apoyo al multilateralismo. Roma fue una de las fundadoras de las comunidades europeas, y tanto los partidos gobernantes como los de la oposición consideraron durante mucho tiempo que la integración europea era clave para la modernización económica, cultural y social de Italia. Sin embargo, a partir de la década de 1990 empezaron a surgir críticas al proyecto europeo en Italia, especialmente entre los nuevos partidos de centro-derecha, que desarrollaron un enfoque denominado "eurorrealista" cuando estaban en el gobierno, según el cual el interés nacional de Italia no coincidiría necesariamente con una integración europea más profunda. El euroescepticismo se hizo más evidente desde las "crisis" de la eurozona y de la migración de la década de 2010, lo que llevó a la aparición de las denominadas narrativas "soberanistas" que describían a la UE como un "antagonista", que encontraron resonancia especialmente entre los partidos populistas. Sin embargo, esta narrativa perdió fuerza como consecuencia del nivel de financiación sin precedentes concedido a Italia a través del programa Next Generation EU en respuesta a la pandemia del Covid-19. Tras las elecciones de 2022, la gestión de las relaciones con Europa se convirtió así en una tarea crucial para el recién elegido gobierno italiano.Meloni, la eurorealistaEn este contexto, el enfoque de Meloni sobre Europa se centró en la reivindicación de los "intereses nacionales" de Italia, pero en el marco de la integración europea y con una ambición autodeclarada de desempeñar un papel protagonista. De cara a las elecciones de 2022, el programa electoral del FdI desechó algunos tonos populistas del pasado (especialmente en relación con el euro). En su lugar, se hizo hincapié en la necesidad de que Italia "vuelva a ser protagonista en Europa" y de "relanzar el sistema de integración europea, por una Europa de las patrias, fundada en los intereses de los pueblos". En una línea similar, en su discurso inaugural ante la Cámara de Diputados, Meloni subrayó el deseo de que Italia esté "con la cabeza alta" en Europa y en los demás foros internacionales, "con espíritu constructivo, pero sin subordinación ni complejos de inferioridad". El énfasis en el "interés nacional" iba acompañado del reconocimiento de "un destino común europeo y occidental", así como de la importancia de un diálogo franco en el seno de las instituciones europeas, adoptando un enfoque "pragmático". De hecho, el primer viaje de Meloni fuera de Italia como primera ministro italiano fue a Bruselas.
Migración y economía: oscuros nubarrones por delanteUn año después de la llegada del gobierno de Giorgia Meloni, oscuros nubarrones se ciernen sobre el horizonte de las relaciones Italia-UE. En el ámbito de la política, Roma se enfrenta a retos cada vez mayores, aunque a menudo se hayan ocultado, menospreciado o incluso negado en los últimos meses. Esto es especialmente cierto en dos ámbitos clave: la migración y la economía. En cuanto a la migración, mientras se disparaban las llegadas no autorizadas a Italia a través de la ruta del Mediterráneo Central, en junio, Meloni intentó poner buena cara al declarar que Europa estaba abordando finalmente la dimensión exterior de la migración, lo que según ella había sido "impensable" anteriormente. Sin embargo, como muestra el acuerdo alcanzado entre la UE y Turquía en 2016 en plena "crisis migratoria", en realidad no hay nada nuevo en este enfoque. Desde hace muchos años, la Unión ha fracasado sistemáticamente a la hora de abordar la cuestión migratoria de forma holística -es decir, considerando conjuntamente las dimensiones interna, externa y de gestión de fronteras- y, en su lugar, ha intentado trasladar la responsabilidad a los países de origen y tránsito a través de un enfoque transaccional -en el que se pide a estos últimos que mantengan, readmitan o repatríen a los migrantes a cambio de apoyo económico-. Los acuerdos alcanzados sobre el papel, sin embargo, sirven de muy poco cuando las contrapartes no los aplican debidamente. El memorando de entendimiento entre la UE y Túnez firmado en medio de un gran optimismo el 16 de julio parece ser un ejemplo de ello: las llegadas del país norteafricano a Italia aumentaron casi un 60% en las ocho semanas posteriores al acuerdo, mientras que a un grupo de miembros del Parlamento Europeo que quería supervisar la situación en el país se le denegó recientemente la entrada. La realidad es que Meloni se centra en la dimensión exterior de las políticas migratorias de la UE porque, mientras los flujos migratorios aumentan bajo su Gobierno, Italia no ha conseguido hasta ahora nada en la dimensión interior. Esto es cierto incluso para el anodino acuerdo sobre el Nuevo Pacto sobre Migración y Asilo alcanzado en el Consejo de Justicia y Asuntos de Interior a principios de junio, que -a pesar de los fallidos esfuerzos de mediación de Meloni- ha contado con la férrea oposición de sus supuestos aliados en Polonia y Hungría.
El verdadero interés nacional de Italia: una Europa más fuerteEs muy probable que en los próximos meses Meloni intensifique sus esfuerzos por preparar el terreno para un cambio de mayoría a nivel europeo tras las elecciones de junio de 2024, trabajando por una coalición que incluya a las fuerzas conservadoras y nacionalistas. Sin embargo, la cohesión política de una alianza supranacional entre movimientos, líderes y gobiernos cuya consigna es la reivindicación de sus respectivos intereses nacionales "ante todo" se vería probablemente puesta a prueba una y otra vez. Incluso a nivel nacional, en vísperas de las elecciones al Parlamento Europeo del año que viene, Meloni se enfrenta ahora a una oposición cada vez mayor desde dentro de su propio Gobierno, empujada a disputar una carrera populista-nacionalista a Matteo Salvini. Independientemente de las afinidades que los conservadores y los nacionalistas europeos puedan encontrar en el ámbito de los valores, la medida en que serían capaces de encontrar un terreno común en cuestiones relativas, entre otras, a la migración -como ya se ha evidenciado en los últimos meses- o a la gobernanza económica parece, como mínimo, incierta.