El pasado otoño-invierno de 2022-23 la Unión Europea vivió el mayor reto de política energética desde que fuera creada. Empezando en el verano de 2021, Rusia, el mayor proveedor de energía de un continente pobre en recursos energéticos, fue restringiendo gas hasta volúmenes testimoniales para el conjunto de la Unión comparado con el pasado.
Azuzados por el pánico para garantizar el suministro de gas a hogares y empresas durante el otoño e invierno, en agosto de 2022 los operadores de mercado llevaron las referencias de precio de gas europeo hasta un máximo histórico en Europa … y el mundo (EUR 339 por megavatio hora). Ello abocó a la Unión a adoptar medidas muy significativas de intervención en los mercados de energía. Previstas en los Tratados como temporales (artículo 122 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea), y justificadas por una situación excepcional, éstas han ido más lejos que políticas inicialmente propuestas para alcanzar la Unión de la Energía. Valga como ejemplo que desde febrero pasado la Unión tiene poder para limitar pujas que arrastren el precio del gas a máximos no justificados por fundamentos.
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Pero, en este contexto ¿qué hizo Europa exactamente? ¿A quién se debe haber conseguido que, en ningún momento, se cortasen la luz o el gas? En primer lugar, cabe recordar que tal interrupción de suministro no tuvo lugar aún viviendo circunstancias tanto o más dramáticas a aquellas vividas en Australia (exportador neto de energía) o California (meca de los tecnólogos) en el pasado, donde sí hubo cortes. Como en escenas heroicas de la Segunda Guerra Mundial, la Unión pasó página al pasado invierno gracias en parte al desembarco de barcos con gas natural licuado en el Reino Unido, que después fue suministrado a la Unión a través de los múltiples gasoductos que cruzan el Canal de la Mancha. Estados Unidos también estuvo entre los países que jugaron un papel relevante suministrando gas a Europa durante este tiempo; aunque en menor medida que Noruega, principal proveedor de la Unión en 2022 y en el presente.
Entonces, ¿a quién le debe su pellejo Europa? ¿Con quién ha incurrido deudas impagables que habrán de condicionar su futuro, limitar su capacidad de movimiento, y “pagar” por haber sido salvada en un momento de máxima vulnerabilidad? En cinco palabras: a todos y a nadie. En un momento en que se nos ha vuelto a emplazar a decidir, de una vez por todas, qué queremos ser cuando seamos mayores, hemos optado, una vez más, por recorrer nuestro propio camino y tejer nuestro propio destino. Y en el proceso de buscar alianzas y puntos de acuerdo, lo hemos hecho desde la confianza de alguien que se siente, y es, libre y autónomo. Europa no es la única responsable del orden internacional que nos permite gozar de tal libertad y autonomía, pero desde luego está saliendo muy favorecida por éste.
Mirando hacia adelante, y frente a la necesidad de recurrir a soluciones sobre las que existe poco consenso entre los ciudadanos de la Unión (léase una Unión Fiscal), conviene recordar las palabras pronunciadas por Robert Schuman en mayo de 1950:
“Europa no se hará de una vez, ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho.”
Valga otro ejemplo. El pasado marzo la Comisión propuso una reforma del mercado eléctrico, uno de los mayores logros del mercado único que mantuvo viva a la Unión el pasado invierno. Entre otros aspectos, el objetivo es trasladar al consumidor final el menor coste de las tecnologías de generación de electricidad más eficientes.
España puede beneficiarse mucho de tal reforma: goza de unos recursos ingentes para generar energía renovable, donde ya están algunas de las tecnologías más eficientes del mercado.
Anticipando tal éxito, aunque sea parcial, España ya ha adoptado un número significativo de iniciativas, algunas de la mano de la Unión. Por ejemplo, el componente nueve del plan de recuperación y resiliencia contiene un desarrollo
bottom-up de la industria del hidrógeno renovable.
En concreto, incluye medidas de apoyo a pymes, desarrollos innovadores de la cadena de valor, proyectos pioneros para anticipar el despliegue de tal industria, valles de hidrógeno para poner de manifiesto tales avances y, como conclusión a todo ello, la instalación de hasta 500 megavatios de electrolizadores a mediados del año 2026. Con la adenda al plan, la expectativa es que tales iniciativas vayan a más.
Por ello, y al margen de la reforma del mercado eléctrico, debemos seguir trabajando para que el precio del gas y la electricidad sigan hermanados. Como mínimo, asegurando que los ingentes márgenes de beneficio generados cuando los precios del gas se disparan, tienen un destino óptimo no sólo desde un punto de vista privado. En este sentido, la Comisión ya propuso en su día un significativo número de iniciativas para redistribuir tales márgenes, al amparo de la extraordinaria situación vivida. Por ejemplo, propuso un tope a los ingresos de los productores de electricidad cuando el precio mayorista se situara por encima de los 180MWh; o una contribución solidaria temporal por los excedentes generados por empresas operando con petróleo crudo, gas natural, carbón y/o refino.
De cara al futuro, las señales de mercado están claras: nuestras eléctricas están óptimamente posicionadas para invertir, aunque sea indirectamente, en las tecnologías de generación inframarginal que generan tales beneficios e, incluso, la producción de inputs que éstas precisan: chips, paneles solares, electrolizadores, baterías, etc.
En definitiva, las tecnologías estratégicas de cero emisiones netas identificadas por la Comisión para reforzar a Europa frente a posibles nuevas dependencias de Rusia, China, etc. Tales inversiones ya están teniendo lugar en Italia, por ejemplo: ENEL está directamente involucrada en la planta de producción de paneles solares más grande de la Unión. Por ello, si no se invierte, el problema quizás es otro: si existe suficiente competencia en el mercado eléctrico.
Concluyo reafirmando la necesidad de que Europa se valga por sí misma lo mejor que pueda. Gran parte del despegue económico de Estados Unidos de los últimos veinticinco años se debe a un grupo reducido de empresas tecnológicas. Éstas han sabido aprovechar la imposibilidad de las operadoras de telefonía de marcar el pulso a lo que circula por sus redes: contenidos, explotación comercial de la web, etc. Si, por el contrario, las eléctricas sí pueden marcar el pulso en el mercado eléctrico, y continúan teniendo un papel fundamental que jugar, gracias a que precio del gas y la electricidad no sigan estando hermanados,
quizás nuestro objetivo no debiera ser que alcancen una elevada cotización en bolsa como Apple, sino asegurar que en Europa aprendimos la lección de soberanía que afrontamos durante el otoño-invierno de 2022-23.