La invasión rusa de Ucrania brindó a Polonia la oportunidad de aumentar su poder e influencia en Bruselas por tratarse de uno de los países más afectados indirectamente por el conflicto y de los que alertó durante años sobre las amenazas del Kremlin.
Pero el gobierno euroescéptico y anclado en el pasado de Varsovia la está desperdiciando. O peor aún. El ejecutivo presidido por Mateusz Morawiecki, un tecnócrata a las órdenes del resabiado Jaroslaw Kaczynski, está perdiendo prestigio en Bruselas y soliviantando a sus socios europeos, que le acusan de mantener una actitud chantajista y ventajista a cuenta de la guerra. La carrera electoral hacia los comicios del 15 de octubre, en los que el partido de Kaczynski (PIS) se juega el poder está deteriorando aún más la relación de Polonia con otros socios europeos y
hasta con la propia Ucrania.
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El gobierno polaco pregona a los cuatro vientos su inquebrantable apoyo a Ucrania. Y se permite dar lecciones de solidaridad a otros países de la UE, en particular, a Alemania.
Pero ha sido el primero, y hasta ahora único, en empezar a cobrar a los refugiados ucranianos por su manutención. Y no ha dudado en cerrar sus fronteras a las exportaciones ucranianas de grano, uno de los escasos recursos económicos que le queda a Ucrania para sobrevivir, aduciendo su impacto en el sector agrícola polaco aunque la mayoría de los analistas ven en ese veto, secundado por otros países de la zona, una baza electoral del partido del PiS ante las elecciones de este otoño.
Para más inri, Varsovia sembró la semana pasada dudas sobre el apoyo armamentístico al gobierno de Zelenski, ha agriado aún más la disputa sobre las exportaciones agrícolas y el presidente polaco, Andrej Duda (también del PiS) ha comparado la desesperación de Ucrania ante la invasión rusa
“con la de un hombre ahogándose, que es muy peligroso porque se agarra a cualquier cosa y puede arrastrar a quien le socorre”.
En Bruselas, no son pocas las delegaciones que interpretan la actitud del gobierno polaco como una clara deslealtad hacia la Unión Europea, que ha convertido el cierre de filas con Ucrania en una cuestión existencial para el club.
Algunas voces lamentan también que Polonia, el quinto país poblado de la UE, no asuma la responsabilidad y el peso que le correspondería por tamaño, historia y posición geográfica.
La guerra había otorgado a Polonia la ocasión de erigirse en uno de los grandes protagonistas del club europeo y de sumarse al grupo de países que ejercen un claro liderazgo bien por su dimensión económica, como Alemania y Francia, o por su habilidad para situarse en la cabina de mando, como Holanda o Bélgica.
Pero el ejecutivo de Morawiecki va camino de desperdiciar esa histórica oportunidad. Varsovia ha optado por el regate corto y en la UE, como en los naipes, jugador de chica, perdedor de mus.
Piotr Buras, el jefe de la delegación
en Varsovia del instituto de estudios ECFR (European Council on Foreign Relations), cree que
“la disputa con Ucrania es una prueba de la automarginalización de Polonia en la UE”. Y apunta que
“las relaciones entre Polonia y Ucraniaa se han convertido en rehén de la campaña electoral polaca”. Buras achaca la reciente tensión entre el gobierno del PiS y Kyiv a que el partido de Kaczynski disputa los votos nacionalistas y antiucranianos a la extrema derecha de Konfederacia. “Hay riesgo de un deterioro de las relaciones bilaterales”, avisa el analista.
Lituania, un país con importantes lazos históricos con Polonia y Ucrania, se ha ofrecido como mediador para evitar que el choque entre Varsovia y Kyiv redunde en beneficio del presidente ruso, Vladimir Putin, que desde el inicio de la guerra anhela la ruptura de la unidad europea. “Pido al presidente Duda y al presidente Zelensky que resuelvan las actuales tensiones”,
señaló la semana pasada el presidente lituano, Gitanas Nauseda.
Bruselas confía en que las aguas se calmen una vez que pasen las elecciones en Polonia. Pero Buras, del ECFR, pronostica que la dureza de las autoridades polacas hacia Ucrania va a continuar después del 15 de octubre porque “la formación de un gobierno será difícil y no se puede descartar una nueva elección en la primavera de 2024.
Las elecciones europeas ese año y las presidenciales en 2025 van a moldear también un debate político en el que jugará un papel importante el desmoronamiento del consenso sobre el apoyo a Ucrania”.
Polonia se condena así a ahondar la irrelevancia política en Bruselas en la que ha caído desde la llegada al poder del PiS en 2015.
Su condición de paria político en la capital comunitaria contrasta con el éxito de su trayectoria económica desde su incorporación a la UE en 2004. Polonia ha encadenado décadas ininterrumpidas de crecimiento, con una única caída (del 2,2%) en 2020 como consecuencia de la pandemia. Su producto interior bruto per cápita, según datos de Eurostat, ha pasado de ser el
47% de la media de la UE en el momento de la adhesión
al 80% en 2022, solo cinco puntos por detrás de España y por delante de socios más veteranos como Portugal o Grecia.
Bruselas, Berlín y París han intentado repetidamente sacar a Varsovia del ostracismo político. La Comisión Europea intentó al inicio del mandato de Ursula von der Leyen (en 2019) apartar a Polonia de la deriva euroescéptica y autoritaria emprendida por la Hungría de Viktor Orbán.
Pero el ejecutivo de Morawiecki, esclavo de un Kaczynski obsesionado con los fantasmas del pasado, se ha mantenido en la línea de Budapest y ha renunciado a la posibilidad de convertirse en un referente dentro de la UE y en líder indiscutible de un grupo de países de Europa central y del este cada vez más numeroso dentro del club.