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ANDY RAIN (EFE)

Del río al mar, ambos pueblos deben ser libres

Mustafa Akyol

5 mins - 14 de Noviembre de 2023, 07:00

El 5 de noviembre, en Yakarta, capital de Indonesia, cientos de miles de personas se congregaron en una gran concentración pro Palestina llamada "Solidaridad por la Humanidad". La mayoría eran musulmanes, pero otros eran cristianos e incluso budistas. Estaban alarmados por las terribles noticias e imágenes de miles de niños de la Franja de Gaza muertos por las bombas israelíes en las últimas tres semanas. Pedían un alto el fuego inmediato y, en última instancia, una "Palestina libre".

Yakarta está a unos 8700 kilómetros de Gaza. Sus habitantes no comparten lengua ni historia con los palestinos, pero se preocupan profundamente por ellos. Y desde luego no son los únicos. No es de extrañar que se hayan celebrado concentraciones similares en todo el mundo musulmán, desde Egipto hasta Turquía, desde Túnez hasta Pakistán, además de en muchas capitales occidentales. Demuestra cómo ese largo y doloroso conflicto entre israelíes y palestinos se ha convertido en un verdadero trauma global.

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Es más, la mayoría de los dos mil millones de musulmanes del mundo están enfadados no sólo con Israel, sino con Estados Unidos e incluso con todo "Occidente". Piensan que mientras Occidente está siempre dispuesto a defender "el derecho de Israel a defenderse", incluso a costa de matar a miles de transeúntes inocentes, el derecho de los palestinos a la libertad, la seguridad y la dignidad se ve siempre retrasado, cuando no incluso negado.

La reina Rania de Jordania condenó este "flagrante doble rasero" claramente en la CNN, cuando dijo que la mayoría de la gente de Oriente Medio "está simplemente conmocionada y decepcionada" por la postura occidental respecto a Gaza. Y nótese que ella representa la opinión más moderada en su parte del mundo. Otros actores de la misma región utilizarán sin duda este "shock" para apoyar opiniones y causas más militantes, durante años y décadas.

Por eso, como musulmán que aboga desde hace tiempo por la paz en Oriente Próximo, la reconciliación entre Occidente y Oriente y el auge de las democracias liberales en este último, estos días estoy deprimido. En primer lugar, me deprimieron los atentados del 7 de octubre de Hamás, que mataron a unos 1.400 israelíes, la mayoría de ellos civiles inocentes, al tiempo que tomaban como rehenes a unas 240 personas. Después, me ha deprimido el asalto israelí a la Franja de Gaza, que ha matado a más de 10.000 palestinos, la mayoría de ellos civiles inocentes, cerca de la mitad niños.

Además, veo que este empeoramiento de la catástrofe en Gaza dejará profundas cicatrices en todas las sociedades musulmanas. Proliferarán las opiniones antioccidentales, mientras que los valores universales a menudo defendidos por Occidente, como los derechos humanos y las libertades, serán fácilmente desestimados. Como también advierte el académico turco-estadounidense Ahmet Kuru, si continúa el ambiente actual, "los defensores musulmanes del liberalismo y la democracia se verán aún más marginados por los islamistas, los nacionalistas y otros partidarios de alternativas autoritarias." Mientras tanto, "Rusia y China ampliarán su influencia en los países musulmanes".

Por todo ello, tanto por razones humanitarias como estratégicas, es imperativo detener el catastrófico castigo colectivo de Israel sobre Gaza. No se trata de negar el horror que lo ha provocado: el 7 de octubre, Hamás ha demostrado que es una organización terrorista despiadada, contra la que Israel tiene legítimo derecho a luchar -como Turquía contra el PKK, o España contra ETA-. Pero ninguna guerra contra el terrorismo puede matar legítimamente a tantos inocentes. Es moralmente indefendible. También es estratégicamente ciega, porque cada alma inocente destruida mientras se "lucha contra el terrorismo" será reemplazada por muchas otras que querrán vengarse.



En lugar de ayudar a profundizar este ciclo condenado de violencia, los gobiernos occidentales deberían intentar contenerla y, en última instancia, ponerle fin. Para ello es necesario hacer un llamamiento efectivo a Israel, que comprensiblemente se encuentra en un momento de furia, para que respete el derecho internacional humanitario, como piden desesperadamente las Naciones Unidas y muchas organizaciones de derechos humanos. También requiere el reconocimiento de que, en realidad, no existe ningún remedio militar real para la seguridad de Israel. El único remedio es una solución política, que dé no sólo a los israelíes sino también a los palestinos un país propio.  

Mientras tanto, entre los musulmanes y otras personas de todo el mundo que simpatizan con los palestinos, necesitamos otro reconocimiento: el camino de Hamás no es el camino. En primer lugar, al matar, atormentar y secuestrar a civiles inocentes, Hamás violó todas las normas éticas de la guerra, incluida la del Islam. Debemos ser claros al condenar tal salvajismo, evocando el mandamiento del profeta Mahoma a sus propios soldados en la guerra: "No matéis a mujeres, niños, ancianos o enfermos".

En segundo lugar, al aspirar a la destrucción de Israel, Hamás está haciendo imposible cualquier solución política. Al potenciar las opiniones más belicistas de Israel y provocar represalias como la que está arruinando Gaza, más bien está sacrificando al pueblo palestino en aras de su utopía ideológica.

En cambio, la única vía ética y viable es prometer seguridad y dignidad tanto a israelíes como a palestinos. Es una visión que debería ofrecer esta tierra disputada entre "el río y el mar" no a uno de estos pueblos, sino a ambos. "Del río al mar", deberíamos gritar, "todos los niños estarán a salvo, y ambos pueblos serán libres".
 
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